Salobre, donde la sierra se encuentra con el alma manchega
En el extremo suroccidental de la provincia de Albacete, allí donde la Sierra de Alcaraz comienza a rendirse ante las llanuras del Campo de Montiel, se encuentra Salobre, un pequeño pueblo que conserva intacta la serenidad de los lugares donde el tiempo parece detenerse.
Su nombre, ligado a las aguas que atraviesan el valle, evoca la pureza de un entorno donde la naturaleza sigue marcando el ritmo de la vida. El río Salobre desciende entre montes y barrancos, modelando paisajes que mezclan la aspereza de la roca con la frescura de los chopos y el murmullo constante del agua.
Salobre pertenece hoy a la comarca denominada Sierra de Alcaraz y Campo de Montiel, un espacio de transición entre la sierra y la llanura. No formó parte del Campo de Montiel histórico —aquel territorio de la Orden de Santiago que abarcaba buena parte de Ciudad Real—, pero comparte con él el mismo espíritu manchego: sobrio, noble y profundamente arraigado a la tierra.
El viajero que se adentra en Salobre descubre un pueblo de calles tranquilas, de fachadas encaladas que reflejan la luz limpia del mediodía, de rincones donde aún resuena el eco de antiguas labores y conversaciones junto al fuego. Desde lo alto, la vista se pierde entre montes y olivares, y el aire huele a tomillo, a leña y a calma.
El paraje del Estrecho del Hocino, con sus formaciones rocosas y sus aguas claras, es una muestra de la riqueza natural que rodea al municipio. Senderos y caminos invitan al paseo, al silencio y a la contemplación. Aquí, la naturaleza no se observa: se vive.
Salobre es, en definitiva, un lugar donde la historia se disuelve en el paisaje, donde la tierra y el agua hablan un mismo idioma, y donde el visitante encuentra algo que escasea en otros lugares: autenticidad.
Entre la sierra y el Campo de Montiel, entre la piedra y la memoria, Salobre sigue siendo un pequeño refugio para quienes buscan reencontrarse con la esencia de Castilla-La Mancha.
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