Cuando la leche se compraba con la lechera.
Hasta hace apenas unas décadas, en muchos pueblos, la leche no se adquiría en envases industriales ni en supermercados. Era un producto fresco, procedente directamente del ordeño diario de vacas o cabras, que se distribuía por las calles a primera hora de la mañana o al caer la tarde.
Las familias salían con la tradicional lechera de metal o de esmalte, esperando al lechero o la vaquera, que transportaban la leche en cántaras sobre un carro, una bicicleta o incluso a pie. Con un pequeño cacillo o medida, vertían la cantidad solicitada en el recipiente del cliente. El sonido característico de la tapa al cerrarse, el vapor que escapaba en los días fríos y el aroma de la leche recién ordeñada forman parte de la memoria colectiva de nuestros pueblos.
En casa, la leche se hervía para eliminar impurezas y prolongar su conservación. Después se retiraba la nata y se utilizaba para los desayunos, para hacer postres caseros como natillas o arroz con leche, o para acompañar el tradicional café de puchero.
Esta costumbre, sencilla y cercana, reflejaba una forma de vida basada en la proximidad, la confianza y el aprovechamiento de los recursos locales, valores que aún hoy identifican la esencia del Campo de Montiel.

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