𝐋𝐚 𝐜𝐞𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐞𝐦𝐩𝐫𝐞𝐬𝐚: 𝐝𝐞𝐥 𝐦𝐢𝐞𝐝𝐨 𝐚𝐥 𝐣𝐞𝐟𝐞 𝐚𝐥 𝐛𝐫𝐢𝐧𝐝𝐢𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐢𝐚𝐧𝐳𝐚
Hubo un tiempo en el que la cena de Navidad de empresa se vivía con más nervios que ilusión. Era diciembre, sí, pero no por los villancicos ni por el turrón, sino por ese extraño ritual anual en el que jefes y trabajadores compartían mesa, mantel y silencios incómodos. El jefe en la cabecera, serio como un belén sin pastorcillos, y los empleados midiendo cada palabra, no fuera a ser que el comentario gracioso acabara pasando factura en enero.
Aquellas cenas eran más parecidas a una extensión de la jornada laboral que a una celebración. Se iba “porque había que ir”. Se comía bien, eso sí, pero se bebía con cautela y se reía en voz baja. Nadie quería ser “el del comentario inoportuno” o “el del brindis excesivo”. Y, por supuesto, nadie hablaba de subidas de sueldo… aunque más de uno lo pensara mientras cortaba el cordero.
𝐃𝐞𝐥 𝐫𝐞𝐬𝐩𝐞𝐭𝐨 𝐫𝐞𝐯𝐞𝐫𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚𝐥 𝐚𝐥 “¿𝐭𝐮́ 𝐜𝐨́𝐦𝐨 𝐭𝐞 𝐥𝐥𝐚𝐦𝐚𝐛𝐚𝐬?”
Con el paso de los años, algo ha cambiado. O mucho. Las jerarquías se han relajado, los jefes ya no se sientan necesariamente en la cabecera, y en muchas cenas cuesta distinguir quién dirige la empresa y quién lleva veinte años sacándola adelante desde abajo.
Ahora el jefe tutea, bromea, canta (mal) algún villancico después del segundo vino y, en algunos casos, es incluso el primero en animar la sobremesa. Y los trabajadores hablan con más naturalidad, se permiten la ironía y, por qué no decirlo, hasta alguna confidencia navideña. Eso sí, siempre hay un límite invisible que todos conocen… aunque nadie lo haya firmado.
La cena de empresa ha pasado de ser un acto casi protocolario a convertirse, en muchos casos, en un espacio de convivencia real. Un punto de encuentro donde se habla de trabajo, sí, pero también de la vida, del año que se va y del que viene. Y eso, en los tiempos que corren, ya es casi un lujo.
𝐄𝐥 𝐞𝐭𝐞𝐫𝐧𝐨 𝐝𝐢𝐥𝐞𝐦𝐚: 𝐢𝐫 𝐨 𝐧𝐨 𝐢𝐫
Porque seamos sinceros: la cena de empresa sigue generando debate. Hay quien la espera como agua de mayo y quien pone excusas dignas de una película de sobremesa para no asistir. Que si tengo otro compromiso, que si me duele la cabeza, que si “yo es que estas cosas…”.
Pero luego van. Y casi siempre acaban agradeciéndolo. Porque la cena de empresa es, al final, una de esas tradiciones que, aunque se critican, se echan de menos cuando faltan. Basta con recordar los años en los que no hubo cenas, ni brindis, ni sobremesas. Ahí fue cuando muchos entendieron que no se trataba solo de comer fuera, sino de compartir algo más.
𝐁𝐞𝐧𝐝𝐢𝐭𝐚 𝐍𝐚𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐥𝐚 𝐡𝐨𝐬𝐭𝐞𝐥𝐞𝐫𝐢́𝐚
Y mientras jefes y trabajadores se miran de otra forma, hay un sector que vive estas fechas con auténtico espíritu navideño: la hostelería. Diciembre es el mes en el que bares, restaurantes y salones de celebraciones se llenan de reservas, grupos grandes, menús cerrados y risas que se alargan hasta bien entrada la noche.
En pueblos y comarcas como la nuestra, las cenas de empresa son un auténtico motor económico. No solo llenan mesas, también generan empleo, movimiento y ambiente. Son semanas de trabajo intenso para camareros, cocineros y propietarios, que saben que estas fechas pueden marcar el equilibrio del año.
Menús especiales, salones completos, turnos extra y, cómo no, alguna anécdota para el recuerdo. Porque si algo deja la Navidad, además de fotos borrosas y mensajes al día siguiente, son historias que se contarán durante meses.
𝐔𝐧𝐚 𝐭𝐫𝐚𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐫𝐞𝐢𝐧𝐯𝐞𝐧𝐭𝐚
La cena de empresa ya no es lo que era. Por suerte. Ha perdido rigidez y ha ganado humanidad. Sigue teniendo sus momentos incómodos, sus silencios y sus excesos puntuales, pero también más cercanía, más humor y menos miedo.
𝑌 𝑞𝑢𝑖𝑧𝑎́𝑠 𝑎ℎ𝑖́ 𝑒𝑠𝑡𝑒́ 𝑙𝑎 𝑐𝑙𝑎𝑣𝑒: 𝑒𝑛𝑡𝑒𝑛𝑑𝑒𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑢𝑛𝑎 𝑐𝑒𝑛𝑎, 𝑠𝑖𝑛𝑜 𝑢𝑛 𝑟𝑒𝑓𝑙𝑒𝑗𝑜 𝑑𝑒 𝑐𝑜́𝑚𝑜 ℎ𝑎𝑛 𝑐𝑎𝑚𝑏𝑖𝑎𝑑𝑜 𝑙𝑎𝑠 𝑟𝑒𝑙𝑎𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠 𝑙𝑎𝑏𝑜𝑟𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑦 𝑠𝑜𝑐𝑖𝑎𝑙𝑒𝑠. 𝐴𝑙 𝑚𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑢𝑛𝑎 𝑛𝑜𝑐ℎ𝑒, 𝑒𝑙 𝑡𝑟𝑎𝑏𝑎𝑗𝑜 𝑠𝑒 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑎 𝑎 𝑙𝑎 𝑚𝑒𝑠𝑎, 𝑠𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑡𝑎 𝑙𝑎 𝑐𝑜𝑟𝑏𝑎𝑡𝑎 —𝑟𝑒𝑎𝑙 𝑜 𝑓𝑖𝑔𝑢𝑟𝑎𝑑𝑎— 𝑦 𝑏𝑟𝑖𝑛𝑑𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟 𝑎𝑑𝑒𝑙𝑎𝑛𝑡𝑒.
𝑬𝒔𝒐 𝒔𝒊́, 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒄𝒐𝒏 𝒎𝒐𝒅𝒆𝒓𝒂𝒄𝒊𝒐́𝒏. 𝑸𝒖𝒆 𝒆𝒏𝒆𝒓𝒐 𝒍𝒍𝒆𝒈𝒂 𝒓𝒂́𝒑𝒊𝒅𝒐… 𝒚 𝒍𝒂 𝒎𝒆𝒎𝒐𝒓𝒊𝒂 𝒄𝒐𝒍𝒆𝒄𝒕𝒊𝒗𝒂 𝒆𝒔 𝒍𝒂𝒓𝒈𝒂.
Y ahora te toca a ti. Porque en cada pueblo, en cada bar y en cada salón hay una cena de empresa que merece ser contada. La del brindis eterno, la del jefe inesperadamente cercano, la del compañero que no volvió a ser el mismo después del postre.
Te leemos en comentarios tus anécdotas, tus risas… o tus llantos. Que aquí, entre los 23, nos conocemos todos… o casi.
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