𝐋𝐚𝐬 𝐜𝐚𝐛𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐭𝐞𝐥𝐞𝐟𝐨́𝐧𝐢𝐜𝐚𝐬: 𝐥𝐚𝐬 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐞𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐝𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐥𝐥𝐞.
Durante décadas formaron parte inseparable del paisaje urbano y rural. En las plazas, junto a los ayuntamientos, cerca de la iglesia o en la parada del autobús, las cabinas telefónicas fueron un punto de encuentro silencioso en los pueblos del Campo de Montiel. Hoy, casi todas han desaparecido, pero aún siguen resonando las voces que un día las habitaron.
Antes de que los teléfonos móviles llegaran a cada bolsillo, aquellas pequeñas estructuras de cristal y metal conectaban a familias, amigos y enamorados. Eran refugios improvisados donde se compartían noticias importantes, se calmaban nostalgias y se mantenían vivas relaciones a kilómetros de distancia.
𝐔𝐧 𝐬𝐞𝐫𝐯𝐢𝐜𝐢𝐨 𝐢𝐦𝐩𝐫𝐞𝐬𝐜𝐢𝐧𝐝𝐢𝐛𝐥𝐞 𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐮𝐞𝐛𝐥𝐨𝐬
En muchas localidades del Campo de Montiel, la cabina fue durante años el único teléfono accesible para buena parte de los vecinos. No todas las casas tenían línea fija, y llamar desde el bar o desde casa de un familiar no siempre era posible.
«En Carrizosa, en la cabina que había al lado del Ayuntamiento», recuerda Antonio, agricultor jubilado. «Los domingos por la tarde se formaba cola para llamar a los hijos que estaban en Barcelona o en Madrid. A veces sabías lo que le pasaba a medio pueblo solo por las caras al salir».
El sonido de las monedas, el pitido de aviso y el gesto nervioso de mirar el reloj eran escenas cotidianas, repetidas una y otra vez en pueblos como Villanueva de los Infantes, Almedina, Montiel o Cózar.
𝐂𝐨𝐧𝐯𝐞𝐫𝐬𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐚𝐫𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧 𝐮𝐧𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚
Las cabinas fueron también escenarios de historias íntimas. Amores jóvenes, despedidas difíciles y reconciliaciones improvisadas se colaban entre el murmullo de la calle.
María, vecina de Torrenueva, sonríe al recordarlo: «Yo le decía a mi madre que iba a comprar pan, pero en realidad me metía en la cabina para llamar al que luego fue mi marido, que estaba haciendo la mili. Tenía las monedas contadas y el corazón a mil».
En Villahermosa, José, antiguo camionero, guarda otro recuerdo: «Desde la cabina de la estación llamé a casa para decir que había tenido un accidente leve. No quise preocupar, pero mi mujer lo notó en la voz. Aquellas llamadas no se olvidan nunca».
𝐓𝐫𝐮𝐜𝐨𝐬, 𝐩𝐫𝐢𝐬𝐚𝐬 𝐲 𝐚𝐧𝐞́𝐜𝐝𝐨𝐭𝐚𝐬
Las cabinas también tenían su propio manual no escrito. Llevar siempre monedas “por si acaso”, colgar rápido para no perder saldo o aprender a hablar deprisa cuando el pitido avisaba del final.
En verano, eran auténticos invernaderos de cristal; en invierno, un refugio contra el viento manchego. Mª Carmen, de Cózar, lo recuerda con humor: «En agosto te derretías dentro, y en enero se te quedaban los dedos tiesos. Pero daba igual, había llamadas que había que hacer».
No faltaban las anécdotas de llamadas interrumpidas, de niños jugando a descolgar el teléfono o de vecinos que se asomaban disimuladamente esperando su turno, aunque fingieran mirar al horizonte.
𝐄𝐥 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐢𝐩𝐢𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐟𝐢𝐧
La llegada del teléfono móvil fue silenciosa pero imparable. Poco a poco, las cabinas dejaron de usarse. En algunos pueblos permanecieron años sin que nadie las tocara, convertidas en un elemento más del paisaje, como un banco viejo o una farola antigua.
«Las de muchos pueblos se estropearon, no funcionaban», cuentan muchos vecinos que «era como si nadie se atreviera a quitarlas. Formaban parte de la plaza y de la calle».
En 2023, la retirada definitiva de las últimas cabinas en España cerró un capítulo de más de medio siglo de historia. En muchos lugares se fueron sin despedirse, pero no sin dejar huella.
𝐔𝐧 𝐞𝐜𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐮́𝐧 𝐫𝐞𝐬𝐮𝐞𝐧𝐚
Hoy, cuando la comunicación es instantánea, las cabinas telefónicas nos recuerdan una época en la que hablar exigía tiempo, paciencia y palabras bien pensadas. En aquellos pocos minutos se decía lo importante, lo necesario, lo verdadero.
Las cabinas del Campo de Montiel ya no están, pero siguen guardando historias de emigración, de amor, de trabajo duro y de familia. Historias pequeñas, cotidianas, que también construyen la memoria de una comarca.
𝑃𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 ℎ𝑢𝑏𝑜 𝑢𝑛 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑞𝑢𝑒, 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑐𝑎𝑚𝑏𝑖𝑎𝑟 𝑢𝑛𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎, 𝑏𝑎𝑠𝑡𝑎𝑏𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑎𝑟 𝑒𝑛 𝑢𝑛𝑎 𝑐𝑎𝑏𝑖𝑛𝑎 𝑦 𝑚𝑎𝑟𝑐𝑎𝑟 𝑢𝑛 𝑛𝑢́𝑚𝑒𝑟𝑜.
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