Cañamares y Santa María, la memoria viva de las aldeas históricas de Villahermosa
En el corazón del Campo de Montiel, alejadas de los grandes núcleos pero profundamente arraigadas a la historia de la comarca, se encuentran las aldeas de Cañamares y Santa María, dependientes hoy del municipio de Villahermosa. Pese a su escasa población actual, su pasado las sitúa entre los asentamientos más antiguos y significativos del territorio, con un protagonismo destacado durante la Edad Media y la época de la Reconquista.
Estas tierras fueron, durante siglos, una auténtica despensa industrial para la vieja Castilla. En las fértiles vegas se cultivaba de manera abundante el cáñamo, materia prima esencial para la fabricación de cinchas, tirantes, cordelería, hilos, alpargatas y blondas. Un aprovechamiento económico que dio nombre a Cañamares y que explica la importancia estratégica y productiva de estas aldeas en tiempos medievales.
Cañamares: una aldea con iglesia abierta en el siglo XIII
El poblado de Cañamares aparece documentado por primera vez en 1243, en el contexto del pleito entre Alcaraz y la Orden de Santiago. En aquella resolución, el rey Fernando III confirmó su pertenencia a la Orden, dejando constancia de que ya entonces contaba con iglesia abierta, un hecho que demuestra la consolidación del asentamiento.
Más adelante, en 1245, vuelve a citarse en la concordia entre el Arzobispado de Toledo y la Orden de Santiago, y en 1461 recibe un ejido concedido por el concejo de Montiel. En 1468 se registra una población de quince vecinos y su adscripción al término de Montiel. Durante siglos, Cañamares formó parte del partido del Campo de Montiel de la Orden de Santiago, compartiendo encomienda con la cercana aldea de Torres, documentada ya en 1407.
Tras un breve periodo como municipio independiente, Cañamares pasó a depender administrativamente de Villahermosa a comienzos del siglo XIX, una situación que se mantiene hasta la actualidad.
Santa María: de Santa Marina al eremitorio franciscano
La actual Santa María tiene su origen en el antiguo enclave de Santa Marina, también citado en 1243 entre los lugares reclamados por Alcaraz y confirmados como santiaguistas. Ya entonces existía población estable e iglesia. Se sabe que continuó habitada durante el siglo XV, aunque todo apunta a un despoblamiento posterior, en fecha incierta.
La recuperación del lugar llegó alrededor de un eremitorio reedificado por franciscanos, lo que probablemente motivó el cambio de nombre de Santa Marina a Santa María. Desde entonces quedó como aldea dependiente de Villahermosa, incorporándose oficialmente al municipio a mediados del siglo XIX, algo más tarde que Cañamares.
Tradiciones que mantienen viva la identidad
A pesar de la despoblación, Cañamares y Santa María conservan tradiciones profundamente arraigadas. Destacan las ruinas de la antigua iglesia parroquial de San Urbán, patrón de Cañamares, cuya festividad se celebra cada 25 de mayo. Ese día, el entorno se llena de vida con el tradicional concurso de gachas, una procesión que une ambas aldeas y una verbena nocturna que reúne a vecinos y visitantes de toda la comarca.
En las inmediaciones se encuentra el cortijo de Pozo Leña, posiblemente una antigua venta del histórico Camino de los Carros o Camino de Alicante. En él se conserva un escudo señorial de la familia Abad y Sandoval, cuyo linaje tuvo su casa solar en Villahermosa, lo que refuerza el valor patrimonial del entorno.
Naturaleza, caminos históricos y agua
El enclave de Cañamares y Santa María es también un espacio de notable riqueza paisajística. La vegetación de ribera, la tierra caliza y la flora mediterránea se entremezclan en un paraje que ya en la Antigüedad fue zona de paso y asentamiento. No en vano, existen indicios de ocupación desde el Neolítico, aunque no será hasta el siglo XIII cuando estas tierras queden definitivamente integradas en la organización santiaguista del Campo de Montiel.
Muy cerca, en el paraje de la Fuensomera, nace el río Cañamares, que tras recorrer más de cuarenta kilómetros —pasando por el Santuario de Nuestra Señora de la Carrasca y el término de Carrizosa— desemboca en el río Azuer, afluente del Guadiana. Este curso fluvial ha sido clave para la agricultura, el poblamiento y la vida cotidiana de estas aldeas a lo largo de los siglos.
Un legado discreto pero esencial
Hoy, Cañamares y Santa María son lugares silenciosos, pero cargados de memoria. Representan la historia de las pequeñas aldeas del Campo de Montiel: fundamentales en otros tiempos, modestas en población, pero ricas en patrimonio, paisaje y tradiciones. Su legado forma parte inseparable de la identidad de Villahermosa y de una comarca que aún conserva, entre caminos y riberas, las huellas de su pasado más profundo.
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