Los recientes casos de acoso escolar que han salido a la luz en nuestro país vuelven a poner en evidencia una realidad que no podemos seguir ignorando. El bullying no es una simple broma ni una etapa pasajera. Es una forma de violencia que deja secuelas profundas y que, en demasiadas ocasiones, acaba en tragedia.
El silencio, la indiferencia o el miedo a intervenir siguen siendo parte del problema. Cuando una víctima pide ayuda y no se la escucha, el sistema entero falla: la escuela, la familia y la sociedad.
Profesores, padres, alumnos y administraciones deben implicarse de manera real y constante. Los centros educativos necesitan protocolos eficaces y apoyo psicológico. Las familias, comunicación y empatía. Y los alumnos, la valentía de no callar ante el sufrimiento ajeno.
Que ninguna voz vuelva a ser ignorada.

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