Así eran las Navidades en los años 70 en el Campo de Montiel
(Y cómo han cambiado…)
¿Quién no recuerda cómo se vivían las Navidades en nuestros pueblos del Campo de Montiel en los años 70? Eran días sencillos, sin grandes alardes, pero llenos de una magia que nacía de las propias familias, del calor del hogar y de la vida en comunidad.
Cuando la Navidad era cosa del pueblo
No existían los grandes alumbrados ni las campañas navideñas que hoy comienzan casi en noviembre. En aquella época bastaban unas pocas bombillas en la plaza, muchas veces instaladas por los propios vecinos o por el ayuntamiento con recursos muy modestos. El belén de la iglesia se preparaba con enorme dedicación, utilizando musgo del campo, corcho, figuras heredadas y aportaciones de distintas familias del pueblo.
Los villancicos no sonaban desde altavoces, sino desde las casas y las reuniones improvisadas de amigos y familiares. Cada pueblo —Villanueva de los Infantes, Cózar, Albaladejo, Fuenllana, Terrinches, Torrenueva y tantos otros— aportaba su modo particular de vivir la Navidad, pero todos compartían un ambiente humilde, cálido y profundamente comunitario.
Nochebuena: menos productos, más familia
La mesa era sencilla, pero inolvidable. No había marisco para todos ni productos traídos de lejos; predominaba lo que daba la tierra y lo que podían criar las familias. El caldo casero, el cordero del campo, las ensaladas tradicionales, el vino de la zona y los dulces hechos a mano —rosquillos, mantecados, flores, barquillos— eran los grandes protagonistas.
Pero, más allá de la comida, lo que definía la Nochebuena era la convivencia: conversaciones largas, risas, historias de los mayores y canciones que unían a varias generaciones alrededor del brasero, sin pantallas, sin prisas y sin distracciones.
Regalos con ilusión: cuando uno bastaba
Para los niños, la Navidad era un tiempo de espera e ilusión. No hacía falta una montaña de regalos: un solo juguete podía llenar toda la temporada. La muñeca Nancy, los Exin Castillos, un balón, un juego de construcción, una bici o un Scalextric eran auténticos tesoros.
Aquellos regalos se cuidaban como oro en paño porque se valoraba lo poco que se tenía. Y, además, porque el esfuerzo de los padres para conseguirlos era bien conocido por todos.
Los Reyes Magos… los auténticos
Las cabalgatas eran pequeñas pero rebosaban emoción. Los Reyes Magos solían ser vecinos reconocidos: el maestro, el panadero, el secretario del ayuntamiento o el hijo del alcalde. Los disfraces eran modestos y muchas veces reciclados año tras año, pero nadie dudaba de su magia.
Los caramelos duros, las carrozas improvisadas en remolques y la ilusión de los más pequeños hacían de la noche del 5 de enero un momento irrepetible. En las casas se dejaba agua para los camellos, algo de comida para los Reyes y una mezcla de nervios y sueño que nunca se olvida.
De las compras de antes al consumo de ahora
Las compras navideñas se hacían en las tiendas de toda la vida: la confitería, el ultramarinos, la carnicería del pueblo. No había prisas, y casi siempre se pedía “fiado” con la confianza de que todo se arreglaba después de fiestas.
Hoy vivimos entre el Black Friday, las compras online y los centros comerciales abarrotados desde noviembre. La Navidad sigue siendo Navidad, pero ya no se vive igual.
“Eso es el pasado”, dirán muchos jóvenes…
Y es cierto: es el pasado. Las nuevas generaciones viven en un mundo diferente, con otras costumbres, recursos y formas de relacionarse. La vida cambia, y cada época tiene su propio encanto.
Lo que no cambia
En el Campo de Montiel seguimos conservando algo especial: la familia, la cercanía, las raíces y el espíritu de pueblo. Porque, al final, lo que permanece no son los regalos ni las luces, sino los momentos que compartimos y el sentimiento profundo de pertenencia a esta comarca.
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